domingo, mayo 31, 2009


Oliver escribe de toros.
Mi corta experiencia en televisión se la debo a dos personas. Por un lado a Javi Altarejos, que es poco menos que mi hermano mayor, y por otro lado a Antonio Oliver, quien es y ha sido uno de los principales hombres del periodismo en la provincia de Jaén.
A Oliver lo conocí hace ahora nueve años siendo él director de Onda Cero en Jaén. Él ya llevaba mucho recorrido entre radios y periódicos, hablando y escribiendo de muchas cosas pero especialmente de deporte y más en concreto de fútbol.
Formó parte del equipo inicial de "El Larguero" desde Sevilla, pasó un tiempo por Málaga y fue director de Onda Cero en Algeciras y Ceuta, cosa que siempre me recordaba por mi vinculación con ambas ciudades. Algunos lo conoceréis por presentar el programa "Palabra de fútbol" en Localia a nivel nacional.
Cuando nació Localia Jaén TV y lo nombraron director apenas dos semanas antes de la Feria de San Lucas me llamó para que me hiciera cargo de la información taurina para la programación especial de la Feria. Con los 18 años que yo gastaba por entonces, sin duda no sé como pudo atreverse...
Antonio siempre procuró darle sitio a los toros en Localia, cosa complicada en un televisión local. También supo darle un espacio a los jóvenes músicos de Jaén, especialmente los cantautores, en "La Escuela", cosa que yo siempre le agradeceré por lo mucho que ayudó a "Guaren", el grupo de música del que formé parte y que este año cumple su X Aniversario.
Habitual de las páginas del dominical del Diario Jaén, en junio del pasado año se publicó un libro recopilatorio de sus mejores artículos bajo el título "En pocas palabras". Hoy me encuentro con un escrito suyo sobre toros y me ha sorprendido mucho.
Antonio no pasa por un buen momento: ha perdido a su padre hace pocas fechas. Quiero en el día de hoy tener un detalle hacia él y reproducir aquí su escrito taurino en el Diario Jaén. Un pequeño homenaje a un seguidor del trianero Emilio Muñoz, a quien ha sido uno de mis maestros en esto escribir y contar. Quien ha sido la primera persona que confió en mí y me animó.


Tarde de toros.

El tendido es un hervidero de tabaco y gente. Cae, menos grave, el sol. Los toros ya no son más cinco de la tarde. Como un grito de alerta suenan los clarines y el cerrojo abre la puerta de toriles. Irrumpe Tembloroso, gargantillo y bizco. Barre el anillo y deja pegado en tablas el dolor y la rabia de la divisa. Frena, Julián, azul y oro, manda despejar el tercio y suelta la tela abierta.
Tembloroso embiste mal, remiso y con las manos por delante. Tres capotazos y gesto torcido. El torero se amasa la montera y vuelve. Revuelo de subalternos. Talegazos sueltos para recogerlo. Otra vez torero y toro. Lances de técnica depurada someten al astado que viene al redil de una faena en ciernes. Chicuelinas, galleos y manejos magistrales de capote, hasta que el público se pone en pie y del toro en son. Suena el cambio de tercio. Pasan las varas y las banderillas. El joven maestro se acerca y me deja una montera, un rosario y un gesto de complicidad. El miedo, como el amor, es un sentimiento que se transmite por el roce. Lo que no conoces no te importa.
Sobre el albero había un torero con el que la noche anterior, había compartido una bolsa sincera de palabras. La montera quedó en mis manos y el corazón se fue con el amigo y se puso en la cara del toro. A veinte metros de aquella cornamenta torcida se clavó y descolgó, disciplente, la mano izquierda hasta que la muleta lamió la arena. Se miraron y Tembloroso arremetió contra el reclamo y pasó nueve veces atendiendo la llamada sincera y desprotegida que Julián le hizo. El toro no lo sabía pero estaba tejiendo con Julián un estruendo de voces y palmas: naturales lentísimos, derechazos perfectamente ayudados, respiros inteligentes que dejaban recuperarse al toro y dos justísimos de pecho que reventaron el graderío. Toro y torero a cuatro ojos.
Samuel le acercó el hierro. Se fue hacia el toro y con dos trasteos lo puso en suerte. Cruzaron una mirada fatal, fue la última. Los dos están hablando de muerte. El brazo del torero es un arma letal y las astas de Tembloroso la respuesta.
El tendido era una sábana de silencio y humo. Julián se volcó en un gesto casi suicida y Tembloroso gimió rotundo. Cargado de acero buscó lento la umbría de las tablas. El torero miraba satisfecho y compasivo. Respiré aliviado. Salí de la plaza y, otra vez, lamenté haber ido.

Antonio Oliver.

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