
El tendido es un hervidero de tabaco y gente. Cae, menos grave, el sol. Los toros ya no son más cinco de la tarde. Como un grito de alerta suenan los clarines y el cerrojo abre la puerta de toriles. Irrumpe Tembloroso, gargantillo y bizco. Barre el anillo y deja pegado en tablas el dolor y la rabia de la divisa. Frena, Julián, azul y oro, manda despejar el tercio y suelta la tela abierta.
Tembloroso embiste mal, remiso y con las manos por delante. Tres capotazos y gesto torcido. El torero se amasa la montera y vuelve. Revuelo de subalternos. Talegazos sueltos para recogerlo. Otra vez torero y toro. Lances de técnica depurada someten al astado que viene al redil de una faena en ciernes. Chicuelinas, galleos y manejos magistrales de capote, hasta que el público se pone en pie y del toro en son. Suena el cambio de tercio. Pasan las varas y las banderillas. El joven maestro se acerca y me deja una montera, un rosario y un gesto de complicidad. El miedo, como el amor, es un sentimiento que se transmite por el roce. Lo que no conoces no te importa.
Sobre el albero había un torero con el que la noche anterior, había compartido una bolsa sincera de palabras. La montera quedó en mis manos y el corazón se fue con el amigo y se puso en la cara del toro. A veinte metros de aquella cornamenta torcida se clavó y descolgó, disciplente, la mano izquierda hasta que la muleta lamió la arena. Se miraron y Tembloroso arremetió contra el reclamo y pasó nueve veces atendiendo la llamada sincera y desprotegida que Julián le hizo. El toro no lo sabía pero estaba tejiendo con Julián un estruendo de voces y palmas: naturales lentísimos, derechazos perfectamente ayudados, respiros inteligentes que dejaban recuperarse al toro y dos justísimos de pecho que reventaron el graderío. Toro y torero a cuatro ojos.
Samuel le acercó el hierro. Se fue hacia el toro y con dos trasteos lo puso en suerte. Cruzaron una mirada fatal, fue la última. Los dos están hablando de muerte. El brazo del torero es un arma letal y las astas de Tembloroso la respuesta.
El tendido era una sábana de silencio y humo. Julián se volcó en un gesto casi suicida y Tembloroso gimió rotundo. Cargado de acero buscó lento la umbría de las tablas. El torero miraba satisfecho y compasivo. Respiré aliviado. Salí de la plaza y, otra vez, lamenté haber ido.